jueves, 10 de junio de 2010

PINGUINOS DEL SAHARA

Amo tanto a esa chica. Podría partirle el culo al Papa si ella me lo pidiera. Cambiar de nombre, de nación, volverme un extraterrestre con mocos por piel, viajar a saturno desnudo.
Los sentimientos son simples, hasta un caracol siente aprecio por su baba, y un perro por su hueso. Los sentimientos colocan la barrera que nos separa del resto de seres inertes. Las noches las consumo en el bar, los días duermo tratando de olvidar que el tiempo se me va en cada cerveza que ella trae a mi mesa. Hemos conversado de amores y recetas chinas para hacer pasteles. Me ha contado que hace mucho llegó a la ciudad, que vive con su hermana en un barrio del centro , que odia los compromisos y la gente desordenada. ¿como cortarle los cojones al corazón? Seguro ni tendrá. Ese músculo inquieto tiene vida propia, el cerebro no tiene cabida en su destino. Cuando salgo del bar y me despido creo que dejo la parte mas indescifrable de mi alma a su lado. Camino varias cuadras hasta llegar al paradero de buses y mi mente se borra, el alcohol es un buen somnífero. Al día siguiente despierto y pienso en ella, en su trabajo, en que seguramente algún baboso ebrio la miraría con ganas de revolcar sus vísceras y hacerle hijos con mechones de sol y ojos infinitos.
Me calmo, hago desayuno y me ducho. Enciendo mi computadora y continuo el trabajo de grado mientras llegan las 5 de la tarde.
Ella por su parte saluda el sol por las mañanas, riega las plantas y limpia la habitación. Tararea canciones de pink floyd mientras contagia todo el cuarto con su aroma de fresca primavera. Despierta a su hermana y le impone tareas. Su hermana estudia en la universidad local, sueña con casarse y vivir en una nube rosada con su amado príncipe. Sus sueños son simples como los deseos de un soldado, Andrea es todo lo contrario: empleada de una bar y bailarina exótica, 175 centímetros de estatura y un cuerpo que mueve a su antojo al ritmo de la electrónica. Quiere ser neurocirujana, tener un perro por mascota y vivir en una mansión con vista al mar. Ella es un laberinto sin salida, uno en el que todas las noche me pierdo tratando de encontrar su punto débil, pero las rocas no tienen punto débil y ella es la mas dura de todas.
Quisiera olvidar que no soy su amigo, que tengo mas años de los que aparento, que no he logrado penetrar la dura barrera que la protege de borrachos y enfermos sexuales. Olvidar que mi nombre es Alessandro, que vivo de a poco y camino lento, que tengo mas de lo que merezco y no tanto como quisiera mi avaricia.
Después de las 6 de la tarde salgo a caminar un poco, el calor quema la piel de la mierda que camina de a pie por las aceras. A veces llamo a mi madre que vive en un pueblo a pocas horas de acá, le aseguro que estoy bien, que muy pronto tendrá un filosofo en la familia y lo mas importante la reintegración de su “inversión” en mi y en mis estudios. Me aterra pensar que el dictar clase será lo único que un futuro llenará mi vida. Una vida tan seca solo la podría alegrar Andrea, pero ella no es niña de libros y enciclopedias. Luego salgo y camino aún mas. Mis pasos siempre acaban en la puerta del bar. Entro, ocupo una mesa del fondo y pido una cerveza. Inmediatamente un tipo gordo, con cara de buena gente anuncia una bailarina exótica, con “un baile que hipnotiza” palabras del anunciante. Al fondo de la tarima se corren las cortinas e inmediatamente identifico su rostro: Andrea, la roca cristalina e impenetrable asoma sus ojos a la multitud lasciva mientras comienza su sesión de baile. Otro día mas en el infierno, la cerveza se consume en el fondo del vaso mientras las prendas de Andrea comienzan a caer.

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