viernes, 25 de septiembre de 2009

Eva que no llega

La esperé por mas de una hora y ni su sombra apareció, los minutos pasaron y el sol se hacia cada vez mas insoportable, conmigo esperaban otras personas que tal vez tambien dejarian plantadas.
Esperaban por ese pedazo de amor en el que poder descargar todos esas represiones que les creaba la ciudad y sus horarios. Pense en el fin del mundo, en la economia mundial y nada, ella no queria asomar sus ojos en ese parque que se consumia con el calor infernal de esta ciudad que me conozco milimetricamente.
Los demas seguian esperando para no quedar en vergüenza, no irse con las manos vacias por donde vinierón; por eso seguin ahi; como yo; a cada minuto nuestras posibilidades se agotaban y nada podia detener el tiempo.
Pense en el amor y sus consecuencias, esa busqueda de la media costilla era algo que terminaba en desilusion, pues aunque lograras casarte con la misma miss universo siempre haría falta algo, ese algo que da dolores de estomago y malestares nocturnos cuando las cosas no empiezan a fluir bien, el amor es la excusa para no pensar en nosotros mismos, para no respondernos las preguntas existenciales que corroen nuestra cabeza. Es el no sentirse solos sabiendo que por mas noches que pasemos con ese otro pedazo de huesos y carne jamas, pero jamas llegaremos a meternos en su alma y ser uno solo, jamas dejaremos de ser unidad que busca el calor humano que no encuentra en si mismo, jamas dejaremos de estar solos, de sentirnos miserables y fastidiosos despues del sexo.
Cuando creí que era suficiente tortura y cuando no quedaba nadie mas que yo en ese mugroso parque, coloque mis pies en el suelo y sali con vergüenza por donde habia entrado, con el rabo entre las piernas, con mas angustia que otra cosa y dispuesto a guardar algo de dignidad para el dia del juicio final.

domingo, 6 de septiembre de 2009

El ocaso de la fuerza

Es domingo; en la mañana duermen los borrachos, las putas y los celadores para olvidar el día anterior. Hoy he decidido ir donde mi familia, para que recuerden que sigo vivo, sobreviviendo en la selva. Mis padres viven en un barrio que se aferra a los límites de la ciudad y a sus contornos desdibujados por la polución. Tomo el bus y pago el pasaje. Los pocos que lo ocupan guardan silencio, es el ambiente perfecto del domingo, silencio y mas silencio; un rito sagrado para tener una retrospectiva de lo miserables que podemos ser.
El bus atraviesa avenidas, se salta señales de transito y frena bruscamente.
De pronto y sin pensar en más he llegado a la casa de mi madre, la casa aun permanece triste, parece anclada en la época colonial, tan vieja como los recuerdos que me atan a ella. Mi madre sale y me saluda, trato de abrazarla pero algo me lo impide, me hace seguir, me ofrece café y me pregunta por mi vida, le digo que no hay nada nuevo que decir, que Paola me dejo por un abogado y que aun no logro conseguir un trabajo estable.
Después de otra taza de café, le pregunto por mi padre y ella se entristece, sus ojos dicen mucho pero no logro descifrarlos, me cuenta que ha estado extraño, que casi no habla y que lo ha escuchado llorar.
Ella no tiene ni idea de que le sucede y mucho menos yo, me sorprende escuchar a mi madre decir que su cara es tan melancólica como la de un adolescente atormentado, es extraño; siempre pensé que era el tipo fuerte al que ninguna tormenta podía doblegar, con el carácter para soportar las trampas de la vida y colocarle el pecho al viento, desde niño cierto miedo recorría mi cuerpo cuando el se acercaba, crecí con los nervios alterados gracias a su presencia y cierta rabia hacia su figura.
Camino la casa y después de saludar al perro salgo a la calle a ver pasar antiguos conocidos. Mi padre aparece a lo lejos, esta mas delgado y camina lento, mira al suelo y no habla con nadie. Se que algo lo atormenta, algo que le ha robado la vitalidad y el genio dominante de años pasados, ahora solo veo un lacayo atormentado, con mas ganas de morir que de ver otro amanecer. Llega a la entrada de la casa y clava sus ojos en los míos, un escalofrío recorre mis extremidades, descubro en sus ojos la tristeza que me hacia sufrir en años anteriores y me doy cuenta que no somos tan distintos.
Me siento incomodo y después de despedirme de mi madre y de el suicida en potencia salgo con paso largo a refugiarme en mi mundo.