jueves, 4 de junio de 2009

Sobre la noche

Ayer Salí a buscar suerte a la calle de la locura, ande por estrechos andenes donde la pobreza es un adorno mas de la ciudad, donde el polvo cubre con una delicada capa las pisadas que otro desventurado corazón he dejado, anduve con algo de inquietud entre tantos ojos ladrones, tantos labios que quisieron llevarse el trozo de inocencia que aun encuentro en la mirada de los niños sin madre, los de los puentes, de esquinas y de rincones donde el delito se convierte en delicia furtiva.
Fui testigo de la cultura que no tiene reglas, de la ley del mas imponente, de la ley del arma que no tiene ética ni repara en el color del vestido que va a agujerear, una cultura que se sostiene por sus propios medios, testigo eficaz de lo que significa vivir sin otro camino que volverse un militante mas del ejercito urbano y disperso; creado por la necesidad de ser alguien en un mundo donde el ser nada es ser difunto.
Mis colegas, los que caminan conmigo tienen caras cansadas, rostros manchados por el paso de los días sangrientos, esos otros pies que también recorren la ciudad en busca de distracciones que le hagan olvidar que nacieron siendo nada, que viven tratando de olvidar que no son nada, que pelean cuchillo en mano para olvidar las trampas de la vida y esa manía que ella tiene para hacerlo todo mas difícil.
Mis hermanos, aquellos que no se ponen mascaras para alagar ni utilizan palabras suaves para disimular su asco; tienen por cómplice a la noche que sin estrellas o con ellas, con lluvia o viento siguen tratando de sobrevivir, entre papeles y cartones entre filosos peligros que estuve a punto de probar, anoche.