domingo, 6 de septiembre de 2009

El ocaso de la fuerza

Es domingo; en la mañana duermen los borrachos, las putas y los celadores para olvidar el día anterior. Hoy he decidido ir donde mi familia, para que recuerden que sigo vivo, sobreviviendo en la selva. Mis padres viven en un barrio que se aferra a los límites de la ciudad y a sus contornos desdibujados por la polución. Tomo el bus y pago el pasaje. Los pocos que lo ocupan guardan silencio, es el ambiente perfecto del domingo, silencio y mas silencio; un rito sagrado para tener una retrospectiva de lo miserables que podemos ser.
El bus atraviesa avenidas, se salta señales de transito y frena bruscamente.
De pronto y sin pensar en más he llegado a la casa de mi madre, la casa aun permanece triste, parece anclada en la época colonial, tan vieja como los recuerdos que me atan a ella. Mi madre sale y me saluda, trato de abrazarla pero algo me lo impide, me hace seguir, me ofrece café y me pregunta por mi vida, le digo que no hay nada nuevo que decir, que Paola me dejo por un abogado y que aun no logro conseguir un trabajo estable.
Después de otra taza de café, le pregunto por mi padre y ella se entristece, sus ojos dicen mucho pero no logro descifrarlos, me cuenta que ha estado extraño, que casi no habla y que lo ha escuchado llorar.
Ella no tiene ni idea de que le sucede y mucho menos yo, me sorprende escuchar a mi madre decir que su cara es tan melancólica como la de un adolescente atormentado, es extraño; siempre pensé que era el tipo fuerte al que ninguna tormenta podía doblegar, con el carácter para soportar las trampas de la vida y colocarle el pecho al viento, desde niño cierto miedo recorría mi cuerpo cuando el se acercaba, crecí con los nervios alterados gracias a su presencia y cierta rabia hacia su figura.
Camino la casa y después de saludar al perro salgo a la calle a ver pasar antiguos conocidos. Mi padre aparece a lo lejos, esta mas delgado y camina lento, mira al suelo y no habla con nadie. Se que algo lo atormenta, algo que le ha robado la vitalidad y el genio dominante de años pasados, ahora solo veo un lacayo atormentado, con mas ganas de morir que de ver otro amanecer. Llega a la entrada de la casa y clava sus ojos en los míos, un escalofrío recorre mis extremidades, descubro en sus ojos la tristeza que me hacia sufrir en años anteriores y me doy cuenta que no somos tan distintos.
Me siento incomodo y después de despedirme de mi madre y de el suicida en potencia salgo con paso largo a refugiarme en mi mundo.